Hace mil años, situándonos en la Merindad de Sotoscueva en la península ibérica durante la época de la Reconquista, la escena de Hornillayuso habría sido considerablemente diferente de lo que muestra la fotografía actual. En aquel entonces, el área era parte de un proceso de repoblación y fortificación ante el avance de los reinos cristianos hacia territorios controlados por los musulmanes.
La localidad de Hornillayuso, si ya existía en aquella época, probablemente consistiría en unas pocas construcciones rudimentarias. Las viviendas serían principalmente chozas o cabañas construidas con materiales locales como piedra, madera y tejados de paja o barro.
El paisaje sería más agreste y menos cultivado que hoy en día, aunque los inicios de la agricultura de subsistencia estarían presentes en forma de pequeños campos y huertos, posiblemente protegidos por cercas rudimentarias para mantener alejados a los animales. Las técnicas agrícolas serían básicas, con herramientas de hierro o madera y la tierra se trabajaría mayormente a mano o con la ayuda de animales de tiro. En este paisaje más abierto, pero aún rico y diverso, corzos y jabalíes prosperarían, siendo parte integral de la vida silvestre y también objetivos para la caza. A su vez, los depredadores naturales como lobos y, aunque ya escasos, osos, formarían parte del ecosistema, aunque su presencia fuese menos común que en tiempos pasados, reflejo de un equilibrio cambiante entre el hombre y la naturaleza.
La existencia de varias fuentes, dos de ellas dentro del pueblo y al menos otra en las inmediaciones de "Valecía", refleja la vital importancia que el acceso al agua fresca ha tenido históricamente en Hornillayuso. Esta necesidad primordial de agua no solo para las personas, sino también para el ganado, sugiere que, desde sus comienzos, la localidad contaba con puntos naturales de agua que servían como centros vitales de actividad comunitaria, como el lavadero y abrevadero.
El camino que hoy se ve pavimentado, en aquel entonces sería poco más que una senda de tierra, utilizada por peatones, carros y rebaños, siendo estos últimos una vista común mientras pastaban en las áreas comunes del pueblo. Es más que probable que el puente, estructura de ingeniería que hoy damos por sentada, no formara parte del paisaje de aquel entonces, siendo un lujo que los moradores de la época difícilmente podrían haber concebido o construido.
Hace mil años, podemos imaginar que Hornillayuso, posiblemente conocido por el nombre de "Lomiela de Yuso" en aquella época, sería un asentamiento recién formado o en proceso de consolidación. Dado que las primeras referencias escritas datan de 1105 en los documentos del archivo de Oña, el lugar podría haber sido una colección de edificaciones básicas destinadas a la agricultura y ganadería, fundamentales para la subsistencia y la economía local.
Las construcciones serían predominantemente de piedra y madera, aprovechando los recursos del monte poblado de robles y encinas mencionado en la descripción del siglo XIX. Estos bosques también habrían sido fuente de caza, posiblemente con especies similares a las de siglos posteriores, como perdices y codornices, aunque con una mayor abundancia y menor presión humana.
El terreno ya se describía como de buena calidad en el siglo XIX, así que mil años antes, las prácticas de cultivo, aunque rudimentarias, habrían estado enfocadas en aprovechar la fertilidad del suelo para producir granos y legumbres. El riachuelo Trema, que se oculta y emerge a lo largo de su curso, ya sería una característica geográfica importante, vital para el riego y la vida acuática como las truchas, que también serían un recurso alimentario para la población.
La economía de Hornillayuso, arraigada en tradiciones centenarias, ha estado cimentada en la tríada de agricultura, ganadería y comercio. Las tierras de cultivo y los rebaños han formado la columna vertebral de la subsistencia local, mientras que el comercio ha tejido redes de intercambio que han extendido la influencia de la localidad más allá de sus fronteras inmediatas.
Un aspecto destacado de esta economía mercantil ha sido la figura de los arrieros, personajes vitales en el tejido comercial de la época. En particular, la familia López-Borricón, reconocida entre la nobleza local como hijosdalgo, desempeñó un papel preponderante en esta faceta económica. Manuel López-Borricón, oriundo de Hornillayuso, junto con Juan de Pereda de Bedón, se distinguían por emprender las rutas más largas desde la Merindad de Sotoscueva, llegando a lugares tan distantes como Bilbao y Arévalo.
Documentos del Catastro de Ensenada de 1753 arrojan luz sobre el alcance y prosperidad de esta actividad. Los registros detallan que Manuel contaba con una flota de 10 machos y generaba ingresos considerables de 9.000 reales, manteniendo un beneficio neto de 1.500 reales. Esteban y Juan López-Borricón, por su parte, con 7 machos cada uno, no se quedaban atrás en sus viajes hacia Tierra de Campos y Tordesillas, obteniendo ingresos de 6.200 reales y una ganancia líquida de 1.050 reales respectivamente.
Estas cifras no solo subrayan la destreza y la tenacidad de estos comerciantes de Hornillayuso sino también la importancia de la arriería como pilar económico que contribuía significativamente al flujo de bienes y a la riqueza del pueblo.
La Iglesia de San Esteban Protomártir en Hornillayuso se yergue como un testamento vivo de la fe y la historia del pueblo. Dependiente de la parroquia de Cornejo y enclavada en el Arcipestrazgo de Merindades de Castilla la Vieja, perteneciente a la diócesis de Burgos, esta iglesia no es solo un lugar de culto sino también un compendio de la evolución comunitaria a lo largo de los siglos.
El edificio que hoy día se alza, marcado con el año 1889, testimonia una significativa reconstrucción que no borra, sino que realza la profundidad de su legado. La reforma de finales del siglo XIX se realizó sobre un templo más antiguo, de cuyas épocas remanentes podrían ser la sacristía y el altar que conocemos hoy. Estas partes de la iglesia podrían estar situadas justo sobre el espacio que ocupaba una ermita o iglesia primitiva, sugiriendo una larga herencia de devoción en ese mismo lugar, un linaje de práctica espiritual que ha soportado el paso del tiempo.
Además, fuera del núcleo poblacional, en dirección al gallinero, existió en el pasado otra expresión de la piedad local: una ermita dedicada a San Roque, que aunque hoy no se encuentra en pie, permanece en la memoria como parte de la identidad religiosa del lugar.
La historia de la iglesia se entrelaza también con figuras notables de Hornillayuso, como Francisco López Borricón, nacido el 3 de marzo de 1776. Proveniente de una familia hidalga, Francisco no solo llevó el nombre de su pueblo a esferas eclesiásticas más altas sino que llegó a ser obispo, demostrando que la influencia de este pequeño núcleo de fe extendió sus ramificaciones mucho más allá de sus propios límites geográficos.
Este enlace con la iglesia y la presencia de figuras eclesiásticas de renombre aportan profundidad a la narrativa de Hornillayuso, revelando un pasado donde la espiritualidad y el liderazgo religioso eran pilares de la comunidad, y donde la iglesia no solo era un centro de adoración sino también el corazón palpitante de la vida social y cultural del pueblo.
Bajo el Antiguo Régimen, la iglesia ejercía una influencia decisiva que impregnaba todos los aspectos de la vida cotidiana. Era una época donde la cosmovisión estaba profundamente arraigada en la doctrina católica, y la fe determinaba no solo las prácticas espirituales, sino también las normas sociales y el orden político. La iglesia era la guardiana de la moral, la educación y el conocimiento, y sus dictámenes resonaban en las leyes y en la gestión de la comunidad.
En el tapeiz del medievo, las merindades como Sotoscueva, ubicadas en la periferia de los grandes centros de poder como León, vivían en un estado de semi-autonomía nacido de la distancia y la descentralización. Lejos del alcance inmediato de la capital y del ojo vigilante de la corona, la sociedad local operaba bajo lo que podría describirse como microanarquías, en las cuales el tejido comunitario se mantenía unido por un conjunto de normas consuetudinarias más que por la imposición directa de un estado lejano.
Sin una fuerza policial establecida o una presencia constante del estado, la autoridad se cimentaba en la moralidad social y la supervisión comunal. Los límites a la conducta individual y la resolución de disputas recaían en el marco de la ética local, la tradición y, en gran medida, la iglesia, que desempeñaba un papel central no solo como guía espiritual sino también como custodia del orden y la justicia. Este sistema, arraigado en la colectividad y el entendimiento mutuo, permitía que la merindad de Sotoscueva mantuviera su cohesión y organización interna, demostrando una notable resiliencia y capacidad de autogobierno en una época donde la ley y el orden eran conceptos fluidos y a menudo sujetos a la interpretación de la comunidad.
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